Entrevistas

exibart.es entrevista: Bianca Batlle Nguema, ser referente sin querer

En una nave industrial en el centro del pueblo maresmenc, Tiana, la artista catalana-ecuatoguineana, Bianca Batlle Nguema (Barcelona, 1980), me recibe tiernamente. El espacio se convirtió en su estudio en 2015 y sirve como un laboratorio eclesiástico donde la pintora realiza su cuerpo de trabajo que actualmente se encuentra en expansión. Su enfoque es singular pero los sujetos que retrata son plurales: las mujeres afro-descendientes con corporeidades e historias diversas.

La artista pretende plasmar la ferocidad de estas mujeres que celebran quienes son, taras incluidas; muchas de ellas por primera vez delante de una pintora. Nguema no busca colaborar con profesionales. Busca colaborar con almas y narrativas que comparten un nexo: su realidad como personas diaspóricas en Occidente. Hablo con Nguema sobre las problemáticas que siguen afectando la existencia de muchas personas que operan en espacios hegemónicos como Barcelona, Catalunya y España. En los últimos años hemos visto un auge de actitudes y políticas fascistas que intentan eliminar toda realidad plural que no sea masculina, blanca, cisgénero y heterosexual.

Nguema, madre de 3, sabe que nos queda mucho por erradicar el racismo y el pensamiento euro y blancocéntrico. Se está convirtiendo en una referente para las nuevas generaciones diaspóricas sin querer; un rol que nos toca a las personas que pertenecemos a colectivos minoritarios. Cada lucha tiene sus matices y motivos idiosincrásicos, pero la discriminación y el miedo a la mezcla, la inclusión, la pluralidad y la libertad son el hilo conductor hacia una misma meta: la de ser vistxs como seres humanos merecedores de un tratamiento igualitario en todos los rincones de este mundo.

Nos sentamos para hablar sobre la función del arte en un contexto preciosamente globalizado y la importancia de la mirada diaspórica en espacios eurocéntricos. Su obra se podrá ver próximamente en Ciudad del Cabo en una exposición colectiva acogida por la casa de subastas, Aspire Art, y comisariada por Sir Zanele Muholi y Beathur Mgoza Baker. Bajo el título EMBODYING #HER, la muestra —que se inaugura el 17 de febrero— reúne el trabajo de 14 artistas africanas y de la diáspora y desdibuja las nociones estereotípicas sobre las mujeres así como ofrece varias miradas plurales de expresiones de género no-binarias.

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Gabriel Luciani: En espacios queer, hablamos a menudo sobre la expectativa de ser activista cuando no lo queremos ser, o de ser revolucionaria cuando no nos corresponde. A nivel personal y luego artístico, ¿dirías algo parecido?

Bianca Batlle Nguema: Hasta cierto punto sí. Pero a la vez, sí que hay un punto en el que nos corresponde ahora mismo. Queramos o no, en cuanto a la comunidad afro-descendiente, nos toca porque somos la generación actual en España y algunos sentimos que debemos asumir ese rol. Por este motivo, una amiga actriz y directora de teatro, Silvia Albert Sopale, también es muy activista. Cuando estuvimos juntas en Sudáfrica el pasado mes de agosto nos dimos cuenta de que la gente negra puede hacer arte por hacerlo. Hay más amplitud de discursos, y no solo por ser negro tienes que hacer activismo mediante el arte. En cuanto a mi propia práctica, realizo una obra que quiero hacer, pero no puedo negar que la lectura parte de mi propia experiencia personal. Nos tenemos que mostrar, vernos en galerías de arte y museos y ocupar estos espacios. Faltan referentes en general. La gente que nació entre los setenta y los ochenta en España estamos siendo los referentes.

G: ¿Fue una decisión consciente, pues? ¿La de trabajar de esta manera debido a la carencia de referentes?

B: No, en realidad cuando empecé a abordar el cuerpo hace años ya estaba muy presente. Durante las clases de modelo sólo veía cuerpos blancos; hecho que me inspiró a hacer un autorretrato. Siempre iba vestida de azul y rojo, por lo tanto investigaba mucho con el color, su vibración y sensación. Entonces, dejé de utilizar el color blanco en el mismo autorretrato y descubrí lo que a mí me interesaba de mis rasgos internos y externos. A lo largo de los años he podido entender que el hecho de evitar el uso del blanco se acerca más al arte africano.

Fui madre con 23 años y continué pintando. En 2010, murió mi madre que no me habló nunca de nuestras raíces ni de su vivencia como mujer negra en Occidente. Tras varias conversaciones con mis tías y otras fuentes, pude aproximarme a mi pasado. Empecé a recopilar todas las fotos familiares e hice un retrato de mi madre también. De repente me di cuenta que estuve trabajando el concepto de la negritud a través de la pintura. Sin esperar que nadie lo mirara. Era más bien un gesto personal, incluso terapéutico.

Así empecé: pintando rasgos del cuerpo que se acercan más a los míos. ¡Y creé una cuenta de Instagram y crecí de una manera que no esperaba! De repente observé mucho interés por parte de la población negra de todo el mundo. Con el tiempo he visto que es una necesidad que tenemos todos los afro-descendientes. Mi obra se ha conectado mucho con los afro-americanos y se ha visto en las ventas que he tenido en los últimos años. ¿Por qué está ocurriendo esto? Me preguntaba. Ha sido un proceso complejo ya que empecé haciéndolo para mí pero de repente estoy encontrando toda una sociedad que me ayuda a sentar todo esto. Me di cuenta que pertenezco a una comunidad más grande.

Bianca Batlle Nguema, ‘Waiting,’ 2021. Cortesía de la artista.
G: La gente que no tenemos una historia grabada, tenemos que construir nuestra propia historia. ¿Sientes que estás construyendo una historia contemporánea para las comunidades diaspóricas?

B: Estoy haciendo eso principalmente. Mirar hacia atrás no me interesaba demasiado. Doy gracias al camino hecho por mi abuela y mi madre, y por estar donde estoy ahora. Reconozco mi privilegio. La fuerza que me mueve es entender lo que está pasando conmigo y cómo conecta con la realidad de otras personas. Al final en la comunidad hablamos mucho sobre personajes antiguos para que se sepa quiénes eran y tener referentes históricos. A mí no me interesa del todo en el sentido artístico.

Pienso, por ejemplo, en la artista afro-cubana Harmonia Rosales que reimagina las grandes piezas clásicas traduciendo todas a la negritud, sustituyendo las figuras blancas presentes en La creación de Adán de Michelangelo por figuras negras. A mí, este gesto no me interesa tanto porque es una historia ya contada por otros. Siento que el proyecto que estoy haciendo es hablar de nuestros cuerpos en presente y en plural. Realzar nuestra vivencia en presente y las historias vividas actualmente. Nos podemos empoderar a través de esta actitud. ¡Por eso los sujetos que salen en mis cuadros están vivas todas! Vienen aquí al taller, hablamos casualmente y ves que hay muchas cosas universales por descubrir.

Pero dicho esto no sé si estoy intentando crear referentes con esto. Nunca he sentido que tuviera que ser un referente. Pero por la época que nos ha tocado vivir, es necesario hacerlo quizás. Hay que pensar en las siguientes generaciones. No quiero ser activista pero al final el entorno y el momento te obliga. Ves que aportas lo que a la gente le falta.

Bianca Batlle Nguema en su estudio. Cortesía de la artista.
G: ¿Te frustra o te agota esto?

B: ¡A mí me agobia! Al final soy pintora. Hay personas muy activistas, pero yo no dejo de ser pintora primero. En Instagram pongo poco texto de hecho, y si lo pongo es de otras autoras que acompañan a las imágenes, pero siempre enfatizando la parte poética y empoderadora. Por eso, para mí es más importante que los referentes aparezcan visualmente por algún lado. Sigue existiendo el racismo. Si nos hubiera tocado vivir 5 años después ya no tendríamos tanto que hacer, o no… Igualmente hay que encontrar el balance. El arte africano está súper de moda. Siento que he nacido en el momento adecuado para mí.

G: Estudiaste en una escuela de pintura, ¿verdad?

B: Estudié en EINA – Centre Universitari de Disseny i Art de Barcelona durante unos años. Luego estuve en otra escuela céntrica en Barcelona, DAVINCI, una academia. Allí pude hacer todo: cerámica, escultura, dibujo, pintura. Durante ese tiempo descubrí mi atracción por la pintura y el cuerpo. En EINA también un poco, con Francesc Artigau (Barcelona, 1940), Jordi Fulla (Igualada, 1967-2019) y Xano Armenter (Las Palmas, 1956). Cuando les enseñé los dibujos les impresionó mucho la capacidad natural que tuve para la abstracción. En la academia encontré a mi familia artística y espiritual.

G: Otro aspecto que está presente en tus obras recientes es el tratamiento del fondo. A veces son espacios domésticos y en otros casos espacios más abstractos.

B: Siempre me han atraído los espejos y ventanas. Hice una serie de fotos en el hotel donde me alojaron en Ciudad del Cabo, cuando estuve para visitar a la comisaria, Bearthur Mgoza Baker, y su galería Madlozi Contemporary —la plataforma con la que expondré en febrero de este año. Hay que decirlo: cuando trabajo con espacios más domésticos la respuesta del mercado del arte es positiva. Me interesa la poética del espacio arquitectónico pero a la vez tengo una tendencia más abstracta. Me interesa enfatizar las manchas, las texturas, el color y el cuerpo. Son los elementos que más hablan.

En la serie Speaking Bodies, he trabajado con un grupo de sujetos que hacen de modelos. Vienen al estudio y les pido que se desnuden. Este último paso puede suponer problemas para algunas participantes y para otras no. Entonces todo esto forma parte del proyecto: hacer que se sientan cómodas y entendidas. Es muy interesante ver qué ocurre cuando se relajan. Aparte de mi interés en el color de la piel, me interesa indagar y encontrar el color interno de cada persona. Al final todas tenemos una vibra de color. Miro las fotos cuando ya están relajadas, algunas ríen. No estoy buscando una belleza en la pose sino en cómo nos expresamos como mujeres.

Bianca Batlle Nguema, ‘Necesito mi tiempo,’ 2020. Cortesía de la artista.
G: De hecho, navegar por la obra es más fácil gracias a la abstracción. Nos invita a entrar y participar más en la composición y narrativa.

B: Está muy bien que me digas eso porque estoy trabajando con una serie a partir de varios fotogramas. Mientras busco las fotos y monto lo que será, trato de enfatizar momentos que me gusten: una luz o una sombra. Pinto sintiendo lo que hago. Por eso a veces tapo varias capas de trabajo ya hecho porque detecto alguna mentira, que no estoy siendo honesta. Desde que volví de Sudáfrica me he vuelto muy estricta con esto: ¡no quiero mentirme a mí misma!

G: ¿Mentirte? ¿A qué te refieres?

B: No estar trabajando con el corazón sino con la cabeza; un concepto que me instauró algún profesor pero ha tardado hasta el año pasado en entenderlo. Esa emoción que siento cuando estoy pintando, si va hacia la cabeza, deja de interesarme.

Mi abuela fue muy pionera. Estudió en Barcelona a finales de los años cincuenta cuando Guinea Ecuatorial era colonia española y después vino un tiempo a vivir con nosotros. ¡Era un personaje muy potente! Podría haber buscado la belleza de mi abuela cuando la pinté. Pero no me interesa. ¿Por qué cambiar el sujeto tanto? Somos muy vanidosos creo, y si un pintor hace un retoque es porque están trabajando para alguien. Cuando haces encargos, acabas cambiando cositas para que le guste al cliente. Cuando hago mis cuadros, busco la parte más densa del ser. ¡Yo intento vomitar cuadros!

G: Y con respecto a las ventas, ¿te sientes un poco reticente a la hora de vender un cuadro a un cliente que no entienda todo el trasfondo de la realidad afro-descendiente o diaspórica?

B: A mí me importa mucho dónde van mis cuadros. Mucho, mucho. Aún no he aprendido a separarme bien. De hecho, cuando alguien me pregunta por algún cuadro y no hay una sinergia con la persona, no vendo. Puesto que trabajo mucho a un nivel de energía, priorizo que el cuadro acabe en un sitio agradable.

Bianca Batlle Nguema, ‘Liberating laugh,’ 2020. Cortesía de la artista.
G: En el colectivo queer a veces lamentamos la falta de expresiones celebratorias de realidades LGBTQ+. Se centran mucho en la tragedia como si ser queer fuese una condena. ¿Qué pasa con la euforia queer más allá de la disforia queer? ¿Sucede algo parecido en la comunidad afro-descendiente?

B: Sí, claro. Para mí lo más importante de la pintura es enseñar quiénes somos nosotros en presente, la fuerza que tenemos. Los prejuicios que ejercimos contra personas migrantes y la falsa y condescendiente piedad llevan tiempo desfasados. Somos un colectivo de gente que tenemos nuestra fuerza, formación y cultura, incluyendo también a aquellos y aquellas que arriesgan su vida para llegar a Europa. No tenemos porqué estar siempre señalando esta parte oscura como si no tuviéramos recursos. De repente el cuadro puede sorprender porque hay un punto de confrontación.

Es muy importante mostrar los cuerpos tal y como son, conectando con la universalidad de lo que es ser mujer, sin la impotencia de que «no podemos hacer nada» como imaginario colectivo de los esclavos víctimas de la migración y la muerte. No pasamos página porque la realidad está pero también existen otras realidades de celebración de la negritud, ¡la black joy! Por eso me sorprendió tanto Suráfrica, el orgullo que tiene la gente negra, el hecho de no sentirme única y vigilada. Me podía mover como soy, donde el 90% de la gente es como tú. Por eso me interesa cómo nos posicionamos las mujeres aquí en Europa.

Ahora estoy intentando reunir a una serie de mujeres que tienen unos cincuenta años. Quiero presentar la máxima amplitud de mujeres que llegaron a España en los años setenta y que ahora están muy bien posicionadas. Me interesa mucho su relación con el cuerpo así como sus años de experiencia en el Occidente pero me está costando porque muy pocas quieren desnudarse. ¡Pero ya tengo una que me ha dado el sí!

Bianca Batlle Nguema en su estudio. Cortesía de la artista.
Gabriel Virgilio Luciani

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