La 23 Bienal de Arte Paiz en Guatemala abrió sus puertas el pasado 13 de julio bajo el título bebí palabras sumergidas en sueños. Fundada en 1978, es la iniciativa más destacada de Centroamérica y se exhibe de manera gratuita desde entonces. Para esta edición, el equipo curatorial formado por Francine Birbragher-Rozencwaig y Juan Canela reunió a treinta artistas y colectivos de Guatemala y doce países: Argentina, Guadalupe (Francia), Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, España, Estados Unidos, Haití, República Dominicana y Panamá.
Hace unas semanas tuvimos la oportunidad de conversar con Juan Canela (Sevilla, 1980) quien, antes de dejar España para comisariar Zona Maco Sur –una de las secciones de la feria Zona Maco en Ciudad de México–, fue co-fundador de la iniciativa curatorial BAR project en Barcelona, parte de la comisión de programas de HANGAR Barcelona (2016-19), y comisario de la sección Opening de ARCO Madrid (2016-17), entre otras cosas.
Actualmente es Canela es Curador Jefe del Museo de Arte Contemporáneo de Panama, co-curador de la 23 Bienal de Arte Paiz en Guatemala y curador de El Patio ABC Baja California, Mexico. Hablamos con el de la importancia de la lengua y del territorio, de las metodologías curatoriales y del cruces y peculiaridades de ferias y festivales.
JC: Una vez decidimos con Francine Birbragher-Rozencwaig que queríamos trabajar alrededor de la relación entre lengua, cuerpo y territorio, sentimos que la poesía debía tener un peso importante en la bienal. En esas primeras conversaciones tratamos de articular algunas ideas que tuvieran sentido en el contexto específico. Guatemala es un país con una gran mayoría de población indígena, en el que se hablan 22 lenguas mayas, con una impresionante cultura ancestral presente en el día a día de los territorios, las comunidades y las ciudades.
Este contexto particular, en relación con nuestros propios intereses, nos llevan a querer incidir en cómo la lengua tiene que ver con el territorio y viceversa, cómo las formas de nuestras palabras al nombrar el mundo definen cómo este se articula a nuestro alrededor, cómo el territorio influye en las formas de nuestras palabras, y también en cómo el cuerpo es un elemento esencial en esos procesos.
Nos interesaba pensar en cómo las lenguas son muchas veces espacios de resistencia cultural ante la homogeneidad global, y en la poesía como posibilidad de posicionamiento político. La resistencia desde la forma, la palabra que juega con el ritmo, el sonido y las cadencias para construir espacios de encuentro donde respetar las diferencias.
Ahí comenzamos a investigar la poesía maya, y damos con un poemario de Maya Cú, una de las referentes en la poesía maya, que ponía en palabras esas cuestiones de las que estábamos hablando. El título es un fragmento de un poema más largo, que aludía a la importancia de la mujer maya en resistencia en un territorio específico. Pero, además, las palabras del título conforman una poderosa imagen que alude a cuestiones que tienen una presencia importante en el proyecto: beber palabras alude a la relación de la palabra con el cuerpo, el beber alude a lo fluido, y los sueños a un mundo onírico e inconsciente que está también muy presente.
CC: Cabe destacar que la presente edición de la Bienal es el resultado de un ejercicio de curaduría compartido entre Francine Birbragher-Rozencwaig y tú, además de algunxs de lxs artistxs participantes que también formaron parte de la Asamblea curatorial. Habitualmente, las bienales –y la Exposición Internacional de Arte de Venecia es un ejemplo, en este sentido–, son la expresión de la visión individual y autorial de unx comisarix. ¿Qué os empujó a optar por un modelo más bien colectivo? ¿Cuál fue la metodología de trabajo a seguir?
JC: Nunca habíamos trabajado juntos con Francine, pero en seguida nos dimos cuenta de que teníamos muchos intereses comunes en relación con lo discursivo. Pero, lo que es quizá más importante, también con relación a la forma en la que entendemos la curaduría. Ambos pensamos la practica curatorial como un ejercicio colectivo. En lo curatorial estamos siempre trabajando con otras y otros, y sobre todo, estamos trabajando con las y los artistas. Lo curatorial en nuestro caso es algo que emerge siempre de las conversaciones y las relaciones con las y los artistas con las que trabajamos. Nuestros proyectos curatoriales nacen de alguna intuición, a la que en seguida vamos sumando artistas, y en ese proceso colectivo es que el proyecto va tomando forma.
Lo que hicimos con la conformación de la Asamblea Curatorial fue visibilizar ese proceso, ser consecuentes con nuestras formas de hacer, incluyendo a cuatro artistas a que nos acompañaran en el proceso curatorial. El pensamiento y las formas de hacer mundo de Duen Sacchi, Minia Biabiany, Marilyn Boror Bor y Juana Valdés han sido indispensables en la conformación del proyecto.
Además, fue también esencial el trabajo junto a Esperanza de León curadora del Programa de Saberes Compartidos. Articulamos un programa que expande la temporalidad y formatos de la bienal para convertirse en un espacio de mediación común entre artistas, comunidades, audiencias y colaboradores.
CC: Los trabajos de las artistas pioneras Margarita Azurdia, Ana Mendieta, Fina Miralles, María Thereza Negreiros y Cecilia Vicuña constituyen «la inspiración, el anclaje y el punto de partida de la Bienal»: ¿cómo llegasteis a seleccionar estar artistas?
JC: Un poco también de forma orgánica. Tuvimos la idea de invitar a Cecilia Vicuña por su vinculación con los temas abordados, y la gran admiración que ambos tenemos por su trabajo. Pensamos luego en Ana Mendieta, y en la importancia histórica que su práctica ha tenido en la relación del cuerpo con el territorio… y ahí aparecieron los trabajos de Fina Miralles, con la que yo he colaborado en más de una ocasión, y María Thereza Negreiros, con la que Francine había también trabajado anteriormente. A estas se añadió Margarita Azurdia, precursora de tantas cosas desde Guatemala.
Nos dimos cuenta de la importancia que tenían las prácticas de estas artistas, que comenzaron a crear en las décadas de los 60 y 70, mujeres totalmente innovadoras abriendo caminos en un mundo dominado por hombres. Mujeres cuyos trabajos sentimos esenciales para que después muchas y muchos hayamos podido desarrollar nuestras prácticas en un determinado sentido crítico. Varias de ellas, además, han utilizado la poesía como parte de su desarrollo artístico.
Justo hoy se está desarrollando un simposio organizado por la curadora Maya Juracán que, tomando como punto de partida el trabajo de estas artistas pioneras, reúne en Guatemala a un grupo de artistas y curadoras mujeres para pensar y conversar sobre distintas cuestiones relacionadas con la posición de la mujer en los procesos de producción, curaduría o activismos en la historia del arte.
CC: En la selección destaca también la participación de Fina Miralles, una de las artistas más significativas del panorama español, a menudo adscrita a corrientes como el Arte Conceptual, el feminismo o la Land Art –aunque ninguna de estas definiciones consigue resumir la complejidad y amplitud de su trabajo. ¿Qué obras decidisteis mostrar y de que manera estas dialogan con el resto de piezas?
JC: He tenido la fortuna de haber trabajado con Fina en distintas ocasiones en los últimos años. Su práctica artística me parece una de las más reseñables a nivel global del siglo pasado. La complejidad de su trabajo, como bien señalas, excede toda reducción o definición, y eso es precisamente lo que me parece extraordinario. Fina es alguien que, como mujer, desafió todas las directrices de su época (algo común en el trabajo de las cinco pioneras). Su práctica, que es indisoluble de su vida, respira honestidad, esencialidad y una fuerza arrolladora.
En la bienal presentamos Natura morta, una de sus primeras instalaciones que consiste en una serie de elementos naturales (arena, conchas, hierba, piedras…) colocados ordenadamente sobre una mesa, y con su nombre escrito debajo. Y varias series de fotografías de las sencillas pero poderosas acciones que realizaba en la naturaleza a principios de los 70, como Dona Arbre, en la que entierra medio cuerpo en la tierra, y que ha sido una de las imágenes de la bienal.
Su trabajo dialoga de una forma sublime con Ana Mendieta o Cecilia Vicuña, pero también con obras de artistas más jóvenes, como el colectivo de mujeres mayas Ixcrear, o el trabajo de Duen Sacchi.
Fue hermoso también presenciar la performance de Laia Estruch, otra artista catalana de una generación más joven, en la que imita los cantos de aves autóctonas, en diálogo con la obra de Fina.
CC: Ahora que la Bienal lleva ya varios días funcionando, ¿cuál dirías que ha sido la recepción de esta nueva edición por parte del público? ¿Qué objetivos esperáis haber cumplido una vez la Bienal haya acabado?
JC: Creo que esta edición de la bienal está teniendo un gran recibimiento por el público y el contexto de Guatemala.
Este proyecto se concibe como un espacio de encuentro que nace con la voluntad de tejer puentes. A través de los proyectos de artistas que enfatizan su diversidad lingüística, cultural e identitaria, uno de los objetivos principales es encontrar formas de comunidad y colectividad que respeten las diferencias, a la par que celebran la diversidad y abrazan los conocimientos ancestrales.
Las propuestas son austeras y sencillas, pero muy contundentes, con contenidos importantes y significativos para distintas comunidades en nuestros días. Son proyectos honestos, sinceros, que emergen de realidades vitales certeras, y siento que eso está teniendo una acogida muy cálida por parte del público.
También cabe destacar el trabajo realizado por Esperanza de León con el programa de Saberes Compartidos, que arrancó meses antes de las exposiciones, y que ha sido capaz de ir mediando los contenidos de la bienal a distintas audiencias de una forma totalmente consecuente, innovadora y efectiva.
En cuanto a los objetivos, siempre son diversos. El público visitante es importante, la recepción del contexto, la relevancia de las actividades… pero para mí, sobre todo, estoy feliz de las conversaciones que se han dado, de las relaciones establecidas con comunidades y colectivos en Guatemala y, sobre todo, de la comunidad de artistas que se ha reunido en torno a la bienal.
Me contaba el curador colombiano José Roca hace unos años algo así como que la curaduría es la creación de una comunidad temporal, y la exposición es una forma de conformar un grupo de personas y hacer que juntas tengan una experiencia de vida significativa. Esto es algo con lo que me identifico mucho, porque son esas experiencias las que van tejiendo formas comunes de hacer mundo. En ese sentido, creo que la bienal ha sido todo un éxito.
CC: Hace unos años dejaste Barcelona para comisariar Zona Maco Sur, una de las secciones de la feria Zona Maco (Ciudad de México), de la que después deviniste director artístico. ¿Dirías que este cambio geográfico y vital también influenció tu forma de comisariar? ¿De qué manera?
JC: Mi práctica curatorial ha estado siempre muy influenciada por los contextos en los que he trabajado. Quizá por un interés personal, desde el principio de mi desarrollo profesional he curado proyectos en distintas geografías, principalmente en Europa y América Latina, aunque no solo. Si bien desarrollé mi práctica desde Barcelona, donde pude trabajar en distintos espacios institucionales o comerciales, y donde también puse en marcha varias iniciativas independientes, siempre tuve una inquietud por conocer y trabajar con artistas de distintas latitudes.
He trabajado en ferias, bienales, galerías, museos o proyectos independientes en distintos contextos, y de cada lugar y experiencia se aprende algo que se va incorporando al saber curatorial.
Tras haber pasado por otras ferias como curador, he sido el director artístico de ZONAMACO durante tres años, un aprendizaje grande en cuanto a cómo trabajar lo curatorial desde ese tipo de estructuras. Por otro lado, México es un contexto inmenso, con una cantidad de galerías, museos, espacios independientes y artistas apabullante. El encuentro entre tradición, modernidad y pensamiento contemporáneo cristaliza en un panorama riquísimo y muy potente, que además se encuentra en un momento de atención internacional importante.
Desde hace algo más de dos años estoy viviendo en Panamá, trabajando como curador jefe del Museo de Arte Contemporáneo, una institución con más de 60 años de recorrido que se encuentra en pleno proceso de crecimiento institucional. Trabajar desde un contexto como Centroamérica, una escena precaria en algunos aspectos, pero con increíbles artistas trabajando con cuestiones esenciales en nuestros días, te enseña a abordar la curaduría desde un lugar de inmediatez y urgencia extraordinaria. Son contextos con una necesidad grande de generar infraestructuras de formación y aprendizaje, pero con unas posibilidades enromes de articular proyectos muy significativos para las distintas comunidades.
Panamá es un pedazo de tierra que une el norte con el sur de las Américas, el este y el oeste con el canal, con una historia tumultuosa, una complejidad social enorme con una población eminentemente afro-indígena, con una biodiversidad extraordinaria, donde problemáticas globales como las luchas por el medio ambiente y los territorios, los movimientos migratorios, o la emancipación de comunidades históricamente excluidas están muy presentes en el día a día.
CC: Has tenido la experiencia de comisariar una bienal y una feria. ¿Qué opinas del debate acerca de la ferialización de las bienales y la bienalización de las ferias?
JC: Son formatos distintos. Las ferias son espacios del mercado, donde la razón de ser principal es servir de espacio de visibilización y venta para las galerías que representan artistas. Las galerías son actores fundamentales para el desarrollo de los contextos artísticos, y las ferias se han vuelto imprescindibles en el contexto internacional. Es cierto también que en las últimas décadas, las ferias han ido incorporando cada vez más aspectos curatoriales y discursivos, como secciones curadas por curadores expertos en distintos temas, programas de conversaciones, etcetc… convirtiéndose en puntos de encuentro no solo para coleccionistas y galeristas, sino también para profesionales, directores de instituciones internacionales y museos, curadores y artistas.
Siempre digo que si alguien quiere ver arte como se debe, mejor ir al museo, o a una bienal, donde el objetivo es articular una exposición cuidando el trabajo de los artistas y los temas tratados de la forma adecuada. Pero es cierto también que en la feria puedes encontrar el trabajo más reciente de miles de artistas al mismo tiempo, con cientos de galerías y profesionales, generando un momento con una energía extraordinaria. Son espacios maravillosos de encuentro y descubrimiento.
Por otro lado, es cierto que en algunas bienales en los últimos años (sobre todo en las más grandes como Venecia), la presencia de las grandes galerías internacionales patrocinando la presencia de sus artistas, ha hecho que el mercado sea también parte de este tipo de eventos. Pero esto no es así en todas partes así, y creo que hay una tendencia que va en otras direcciones. De hecho, en la última Documenta de Kassel, que apostó mucho más por colectivos y proyectos que fomentan un trabajo contextual más que grandes artistas, era llamativa la falta de galeristas durante los días de inauguración. Mis experiencias en bienales, que han sido la Bienal de Oslo en 2019 y esta Bienal de Arte Paiz en Guatemala, han estado totalmente alejadas de cualquier dinámica de mercado.
CC: Para acabar, ¿si tuvieras que dar una definición de curaduría, cuál sería?
JC: Es complejo definir la curaduría, porque es una práctica porosa y amplia. Regresaría a la frase de José Roca, definiendo esa comunidad temporal que genera experiencias de vida significativas.
Además, me gusta entender mi trabajo como la labor de construir estructuras, espacios, momentos, contextos, tanto intelectuales como materiales, para que los artistas puedan desarrollar su trabajo de la mejor manera posible en cada circunstancia.
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Juan Canela (Sevilla, 1980) es curador Jefe del Museo de Arte Contemporáneo de Panama, co-curador de la 23 Bienal de Arte Paiz en Guatemala y curador de El Patio ABC Baja California, Mexico.
Anteriormente se ha desempeñado como Director Artístico de ZsONAMACO Ciudad de México (2020-2023); Curador Asociado del Centro de Residencias Artísticas de Matadero Madrid (2020-2021) y Research and Symposium Associate de la osloBIENNALEN FIRST EDITION (2019-2020). Es co-fundador de BAR project (Barcelona) y ha sido parte de la comisión de programas de HANGAR Barcelona (2016-19), del comité curatorial Present Future de Artissima Turin (2018-19) y comisario de la sección Opening de ARCO Madrid (2016-17). Ha curado proyectos en museos, galerías e instituciones como MAMM Museo de Arte Moderno de Medellín; Fundación JUMEX, Ciudad de México; CA2M Centro de Arte Dos de Mayo, Móstoles; TBA-21 Madrid; CRAC Alsace, Altkirch, Francia; Centro Cultural de España y Casa Quien, Santo Domingo; Fundación Cerezales, León; Tabakalera, San Sebastián; SOMA México; Fundació Miró, Barcelona; o La Ene, Buenos Aires. Ha impartido talleres y conferencias en lugares como Palais de Tokyo, Paris; Artpace, San Antonio; De Appel, Amsterdam; FLORA ars+natura, Bogota; Khalil Sakakini Cultural Center, Ramallah; Bisagra, Lima; Instituto Di Tella, Buenos Aires; o La Casa Encendida, Madrid. Ha escrito para revistas y medios especializados como A*Desk, Babelia El País, Terremoto, Art-Agenda, Concreta, o MousseMagazine. Junto a Ángel Calvo ha publicado el libro Desde lo curatorial. Conversaciones, experiencias y afectos (2020) con la editorial Consonni.
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