A partir de hoy, La Virreina-Centre de la Imatge acoge la exposición monográfica Cuentos posibles, dedicada a la obra del fotógrafo canadiense Jeff Wall (Vancouver, 1946). Bajo la curaduría de Jean-François Chevrier, historiador y crítico de arte que ha acompañado a Wall a lo largo de toda su trayectoria, la muestra reúne 36 trabajos realizados entre 1980 y 2023.
«Al contrario de esa cierta idea que entiende la fotografía como un arte prolífico», escribe Chevrier, «Jeff Wall «sólo» ha producido doscientas imágenes, y eso desde 1978 (fecha de su primer cuadro registrado): es decir, 4 o 5 al año». De hecho, el artista concibe sus trabajos como obras únicas e individuales, resultados de un proceso de realización que «a veces dura tan solo siete minutos [como en el caso de la célebre fotografía Morning Cleaning del año 2000], a veces hasta siete meses [tiempo que Wall necesitó para concebir y orquestar el imaginario Ellisoniano de Invisible Man, Burrow (1999-2000)]».
El recorrido expositivo ocupa todas las salas del edificio y, dejando de lado el más tradicional criterio cronológico, propone conexiones formales y temáticas entre las piezas. En general, los «cuentos posibles» se condensan alrededor de ejes interpretativos muy claros: los repertorios iconográficos y los géneros de la tradición pictórica; la cinematografía escenificada y la mirada documental; los incidentes dramáticos; los objetos como ready mades; la composición, la luz.
Precisamente, el uso del juego de luces es otro elemento dominante en las obras de Wall que, junto con el gran formato de la mayoría de sus fotografías, contribuye a otorgar a las piezas un carácter monumental. En particular, el empleo de cajas de luz –recurso que el artista utilizó desde sus inicios hasta el año 2007, cuando también empezó a imprimir sobre papel en color– acentúa esa idea de monumentalidad y evoca imágenes del cine o de la publicidad presentes en la cultura popular contemporánea.
Como se lee en el texto que acompaña la exposición, «al descartar las cajas de luz, [el artista] estaba indicando claramente que, para él, la imagen-objeto publicitaria había dejado de ser una referencia. Al principio había optado por un enfoque de la imagen que le permitía proponer una crítica recíproca entre pintura y fotografía. En la década de los ochenta, trató de producir lo que él llamaba «un opuesto específico a la pintura». Veinte años más tarde, esa opción pasó a segundo plano, y empezó a poner en juego un espectro de imágenes más amplio, así como a incorporar una especie de continuidad histórica».
En medio de los muchos registros y lenguajes presentes en la exposición, va emergiendo otra serie de temáticas que, pese a ser menos evidentes, constituyen otro hilo conductor posible. Entre ellas, la exploración de la gravedad de los cuerpos y la materia; el reflejo; el enigma, lo trascendente o lo indecifrable.
A mitad del recorrido expositivo, un grupo de cuatro fotos –The Thinker (1986), A Man with a Rifle (2000), Approach (2014) y Listener (2015)– revela otro interés perseguido por el artista: la exploración del espacio urbano de las metrópolis, así como de sus contrastes e injusticias sociales. Sin embargo, lo hace «sin ningún juicio de valor». De hecho, el artista se posiciona «en el lugar de la cámara, que no sabe si lo que mira es bueno o malo, correcto o incorrecto. Simplemente, mira».
La exposición, que es la más grande que el artista ha realizado nunca en el estado español, se cierra con una composición diagonal, The Flooded Grave (1998-2000). En esta obra, se muestra el espacio de un cementerio y, en primer plano, la imagen de una tumba recién abierta, llena de agua y formas de vida marina. Alrededor, una pala, una manguera y otras herramientas indican la actividad ocurrida antes de la foto, haciendo del cementerio un lugar paradójicamente lleno de vida y movimiento.
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