El Museo Guggenheim Bilbao acogerá, del 21 de febrero al 1 de junio de 2025, la exposición Tarsila do Amaral. Pintando el Brasil moderno, una retrospectiva dedicada a Tarsila do Amaral (o Tarsila a secas, su nombre artístico) (Capivari, 1886 – São Paulo, 1973) una de las figuras más influyentes del modernismo brasileño. Organizada en colaboración con el Grand Palais de París, la muestra cuenta con la curaduría de Cecilia Braschi, responsable de la exposición en la capital francesa, y Geaninne Gutiérrez-Guimarães, comisaria del Museo Guggenheim Bilbao. La exposición propone un recorrido temático dividido en seis secciones que revela cómo Tarsila, una creadora fundamental del siglo XX, reinventó el paisaje, la identidad y la modernidad de Brasil a través de un diálogo constante de ires y venires entre las vanguardias europeas y su raíz cultural brasileña.
En la década de 1920, la artista se consolidó como un puente entre São Paulo y París, integrando las influencias del cubismo y el primitivismo en un estilo libre y personal que desafiaba las convenciones. Obras como A Boneca (1928) y Autorretrato (1924), —que pueden verse en esta exposición— evidencian este proceso de síntesis. Más que los objetos representados, a Tarsila le interesan las relaciones entre formas y colores y su riguroso equilibrio en el espacio del lienzo, concibiendo sus cuadros como «organismos» autónomos.
Como artista brasileña radicada en París, Tarsila se enfrenta a numerosos estereotipos en un sistema artístico marcado por el eurocentrismo y el dominio masculino. Su apariencia y su estilo siempre llaman la atención, mientras que la crítica, en sus primeras exposiciones en la ciudad, espera encontrar en ella y en su obra atributos como «frescura», «exotismo» y una «delicadeza muy femenina», según reflejan las reseñas de la prensa francesa de la época. Tarsila aprovecha su imagen para dar forma a un personaje innovador: el de una mujer artista moderna brasileña, desafiando los cánones establecidos a través de sus autorretratos.
Esta búsqueda de un lenguaje visual propio se conecta profundamente con su participación en el Movimiento Antropofágico, impulsado por el manifiesto de Oswald de Andrade en 1928. La antropofagia, que propugnaba la apropiación y transformación de influencias externas en un lenguaje autóctono, resonaba de manera directa en su obra. Tarsila encarnó esta idea en piezas como Abaporu (1928), que marcó el inicio del movimiento y cuyo nombre, de raíz tupí-guaraní, alude a la figura del «hombre que come [hombre]». En esta pintura, la monumentalidad de las formas y los colores vibrantes reflejan una estética híbrida que devora y reinterpreta tanto las tradiciones locales como las vanguardias europeas. Para Tarsila, la antropofagia no solo fue una estrategia artística, sino también un acto de resistencia cultural que afirmaba la autonomía creativa de Brasil frente al eurocentrismo.
La exposición también destaca la contribución de Tarsila a la invención del paisaje brasileño. Esto se refleja en obras como E.F.C.B. (1924). En este cuadro, la artista combina elementos del progreso tecnológico –como trenes, puentes, líneas eléctricas y semáforos– con escenas cotidianas de barrios populares, mostrando la convivencia entre modernidad e identidad local. Este enfoque también se extiende a sus representaciones de paisajes y tradiciones precoloniales, donde Tarsila crea un «alfabeto visual» que conecta el pasado y el presente de Brasil.
El recorrido permite también explorar la dimensión militante de su obra, especialmente en las décadas de 1930 y 1940, cuando su producción artística comenzó a reflejar las profundas transformaciones sociales y urbanas de su país. A través de su imaginario, Tarsila plasmó una visión idealizada de un Brasil multicultural y multirracial, al tiempo que abordaba, aunque de forma ambigua, las tensiones identitarias y sociales de un país en transición.
Entre 1940 y 1960, Tarsila continuó trabajando, aunque su producción se adaptó a un contexto de cambios políticos y culturales en Brasil. Si bien su estilo fue perdiendo protagonismo en el panorama artístico contemporáneo, sus obras comenzaron a ser revaloradas como precursoras de un discurso sobre la identidad nacional. En estos años, exploró con mayor profundidad temas sociales, como la desigualdad y la vida cotidiana en Brasil, consolidando su legado como una de las figuras más importantes del arte brasileño.
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