Vista de la exposición ‘En este lugar donde nada es mío’ de los artistas Álvaro Porras y Eduardo Barco en Jorge López Galería, Valencia. Cortesía de Jorge López Galería.
Del 7 de febrero al 21 de marzo de 2025, la galería Jorge López en Valencia exhibe En este lugar donde nada es mío, una exposición colectiva que reúne las obras de Álvaro Porras (Ciudad Real, 1992), artista residente de la galería, y Eduardo Barco (Ciudad Real, 1970). La muestra establece un diálogo entre dos enfoques singulares de la abstracción, inspirados por el poema Maldito yo de Dionisio Cañas, cuyo verso inicial da título a la exposición: «En este lugar donde nada es mío, ni mi vida, ni mi muerte…». Con un pie en la tradición literaria manchega y otro en la exploración artística contemporánea, la exhibición propone reflexionar sobre el paisaje, la memoria y las dinámicas de pertenencia.
Porras explora dinámicas rupturistas dentro de patrones establecidos, desafiando los límites entre pintura y escultura. En su obra Hueco de muro y manto (2024), presente en la exposición, el lienzo se transforma en un espacio ocupado por un objeto informe que amenaza con desbordar sus límites. Sus esculturas, como Diéresis y Córdoba (2023), combinan madera y lienzo en composiciones que expanden el lenguaje geométrico hacia una dimensión metalingüística. Estas piezas juegan con la paradoja de ser algo que no desean y desear algo que no son, generando una tensión entre materiales como hierro y cemento y las formas que estos adoptan.
Por su parte, Barco se centra en formas serializadas y patrones que parecen buscar una esencia común capaz de expresar tanto emociones fugaces como persistentes. Sus lienzos combinan manchas geométricas con líneas que evocan recorridos de viento o pensamientos que atraviesan territorios inhóspitos. En el ámbito tridimensional, sus pequeñas esculturas, a menudo de barro o madera policromada, recuerdan arquitecturas que oscilan entre monumentos y pedestales. Estas obras, con colores básicos y formas redondeadas, amplían el campo de lo simbólico hacia lo físico, jugando con la persistencia del juego como recurso conceptual.
Un muro pintado de azul se convierte en el eje que articula la muestra, actuando como nexo o sutura entre las diferencias de ambos artistas. Esta pieza, que recibe al espectador en la entrada de la galería, enfrenta obras de Porras y Barco en cada uno de sus lados, como si fueran las dos caras de un mismo objeto.
La exposición establece un diálogo fértil entre dos enfoques diferenciados pero complementarios. Mientras Porras tensiona los límites de la pintura y la escultura para reflexionar sobre las formas y materiales, Barco construye un universo de patrones y geometrías que evocan tanto recuerdos personales como paisajes universales. Juntos, sus trabajos trascienden lo puramente visual, invitando a experimentar un espacio donde la abstracción cobra una nueva dimensión, íntima y colectiva a la vez.
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