exibart.es tuvo el placer de poder asistir al pre-opening de la Biennale di Venezia que celebra una miríada de perspectivas y visiones audaces y activas en el arte contemporáneo. Es una reunión colosal y olímpica que intenta resumir exhaustivamente la diversidad de fenómenos creativos y expresivos para que el público pueda aproximarse íntimamente a ellos. Este año, la comisaria Cecilia Alemani se encarga de la selección del Arsenale —pieza central del evento— que consiste en 1433 obras procedentes de 58 países. Bautiza dicha selección con el título The Milk of Dreams (‘La leche de los sueños’), inspirado en el título de una obra literaria de la artista surrealista Leonora Carrington (1917–2011) que reivindica la imaginación como una herramienta de potencialidad y cambio.
Efectivamente, la gran muestra identifica varias estrategias posibles de transformación sistémica, política, social, relacional, estética, ecológica y tecnológica. Expresa una reclamación y una inquietud colectiva que atraviesa el mundo postmoderno y posthumano. Articula un hilo conductor que señala a la necesidad de revisar la historia, planificar críticamente un futuro sostenible, abrirnos a nuevas relacionalidades entre una plétora de seres coexistentes, sucumbirnos a ciertos hechos inexorables y fuerzas mayores, y de prestar atención a las señales urgentes y los rugidos resonantes que van de lo minúsculo a lo épico. Es un desafío totémico pero no inalcanzable, el que nos hacen los artistas partiicpantes.
Tras nuestro recorrido intenso a través del espacio amibiano y eterno que alberga el contenido del Arsenale, queríamos destacar una serie de intervenciones emotivas, impactantes y desveladoras que exploran estos fenómenos cruciales. La mayoría de selección consiste en instalaciones y piezas de videoarte; medios presentes fluidamente a lo largo del Arsenale.
Ni siquiera han pasado dos años desde la intervención mítica, Carriers, en el Art Sonje Center de Seúl de la artista sudcoreana Mire Lee (Seúl, 1988) y su nueva instalación que se ha incluido en el evento epicentro del arte contemporáneo. Sus cadáveres menean, se frotan con barras de metal y elementos reminiscentes de cajas torácicas. Embeben y chorrean líquidos rojos y marrones. Generan sonidos fisiológicos. Vemos una anatomía perversa, quirúrgicamente inexacta y salvaje. Vemos una mimesis cruel que recuerda a nuestra propia fisicidad sin serlo.
Es un reflejo de nuestra fragilidad, un recordatorio de lo que nos compone, y lo que queda si nos reducimos a nuestra esencia física. Propone un acto de sensibilización y concienciación casi chamánica ya que algunas de sus obras se basan en varios rituales que consisten en quitar capas de la piel para devenir más responsivos y reactivos al mundo místico-físico. Asimismo, en concordancia con algunas tradiciones asiáticas, propone una contemplación de la estructura interior oculta y desconocida; un autoconocimiento del ser, y sobre todo, un enfrentamiento a nuestra delicadeza e irrevocable fin. Es una afirmación audaz que utiliza resinas y la glicerina para confeccionar una res muerta escalofriante y extrañamente consoladora a la vez.
Una cola ambigua lleva el ojo a unas cortinas de terciopelo carmesí. Remite a la de una rata enorme y glutinosa. El espectador se adentra en una atmósfera llena de ironía, perversión, carnaza, injusticia y fetichismo. Con razón, es una de las obras más populares del evento dado su vigor alegórico y su exploración explícita y teatral de los límites entre las especies. Las aproximaciones viscerales de Marianna Simnett (Inglaterra, 1986) vienen a comentar sobre las percepciones del cuerpo femenino y disidente.
Parecido a su contemporánea videoartista, Rachel Maclean (Edimburgo, 1987), explora una apabullante distopia psicosexual que despoja las problemáticas de poder de nuestra sociedad. Su intención es revelar la perturbación surrealista que existe de manera enmascarada y que opera sigilosamente. Por ello, fusiona lo onírico con escenas hiperrealistas para generar choques climáticos que hacen eco con nuestra propia realidad.
Esta obra representa un desvío inusual pero muy bienvenido para la artista multidisciplinar Lynn Hershman Leeson (Cleveland, 1941). Casi se podría acusar la obra de ser divulgativa y más informativa que expresiva. Toma la forma de una advertencia altamente pertinente a nuestro presente puesto que aborda temáticas relacionadas con el ser humano, la tecnología, la violencia policial y política, y la vigilancia. Emplea la inteligencia artificial (IA) como medio tanto técnico como conceptual ya que sus piezas investigan el efecto incierto que tiene en la humanidad y nuestra representación y presencia física que ha cultivado.
Esta videoinstalación es narrada por un cíborg que explora varias amenazas paradigmáticas procedentes de una sociedad hiperpanópticamente controlada y vigilada. Cita fenómenos como robots programados con IA y que más tarde fueron exterminados por sus creadores al inventar un sistema de comunicación críptico y preocupante. Traza un cuento historiográfico ominoso sobre la evolución de la guerra como impulsora del desarrollo de la tecnología y su efecto en los procedimientos de control ejercidos por la tecnología, sus programadores y sus usuarios como la policía y los militares.
Otra exploración casi quirúrgica, los gestos biomórficos de Tishan Hsu (Boston, 1951) se redescubrieron hace un par de años tras décadas de confusión y ambivalencia por parte del público. Estas intervenciones de nueva producción renuevan sus intereses en las interfaces y dispositivos que conforman nuestra realidad y que influyen en nuestra percepción. Su capacidad de dialogar con los tiempos actuales y futuros es característico de su repertorio que se ha navegado por estéticas inspiradas en fenómenos culturales y tecnológicos como el cyberpunk, el glitch y el net-art para reimaginar el cuerpo humano y su potencialidad sentiente que queda aún por descubrir.
En la presente instalación, vemos un posible plano o lectura del soma posthumano; una oración techno que prevé la espiritualidad del futuro en la que no hay deidades esotéricas sino paisajes afectivos generados a partir de una fusión epistemológica entre carne, cable, hueso y circuito. Son potenciales poemas pixelados, odas a un futuro-pasado libre de etnocentricidades y repleto de radiaciones meditativas. Tal y como sus obras de los años 80 y 90, son casi artefactos llegados del futuro. No son estimaciones ni premoniciones. Como la música de Björk, sus piezas existen en otra dimensión, y tenemos la oportunidad única de aproximarnos a ellas.
La presencia totémica de las esculturas-cetáceos (palabra derivada del griego κῆτος, kētos, que significa «ballena» o «monstruo marino») de Teresa Solar (Madrid, 1985) no son difíciles de perder. Su gama cromática viva, tamaño intimidante y display inusual seducen el ojo desde lejos. Su obra habla de la morfología del lenguaje y del pensamiento. Son extensiones de la parte cerebral de nuestros seres, conectan con nuestro subconsciente atávico mediante imágenes y conceptos universales como el flujo, el tiempo, el equilibrio, el tacto, la asimetría, el movimiento, el gesto y la relacionalidad objetual y matérica.
Apelan a nuestros sentidos mediante una familiaridad sublime (entra la noción de lo uncanny del inglés) que abruma y mistifica a la vez. Son piezas que sorprenden y provocan sensaciones de maravilla que uno experimentaría delante de un documental de David Attenborough o en un museo de ciencias naturales ya que comunican con los ecosistemas más básicos y a su vez más complejos de nuestro planeta. La confluencia matérica sugiere una armonía que existe ya en la naturaleza, que la humanidad aún no ha sabido alcanzar. La urgencia de su propuesta es sutil, pero ruge como los bramidos más épicos de los seres diversos con los cuales convivimos.
La autora somático-sensorial por excelencia de nuestra época, Wu Tsang (Worcester, EEUU, 1982), carece la vista con una nueva videoinstalación que involucra la realidad virtual. Dialoga con los astilleros y el mar que le rodea. Imágenes subacuáticas proyectadas en una pantalla que mide 16 metros remiten a la mítica Moby Dick; la novela de 1851 del autor estadounidense Herman Melville. La experiencia es mutante ya que utiliza la realidad virtual para automatizar la generación de nuevas imágenes a lo largo del día. Es una obra en incesante cambio que busca contrastar nociones tóxicas procedentes del antropoceno.
La artista, cuyas expresiones se han visto manifestadas en performance, sonido y vídeo, no abandona la performatividad en este proyecto. Como espectadores, performamos una interacción única con la pieza puesto que experimentamos el vídeo desde la perspectiva de una ballena. Of Whales fue producido en colaboración con Albyon, un estudio francés dedicado al diseño de videojuegos, y sumerge y sensibiliza la audiencia mediante una atmósfera afectiva y acogedora. El sonido sube y baja por las paredes. Las imágenes brillan suavemente en el agua. Es otro tótem que deslumbra los sentidos con sus maravillas visuales y sonoras.
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