La Fundació Antoni Tàpies inaugura hoy la exposición Chiharu Shiota. Cada quien, un universo, con motivo del centenario del artista catalán, a quien está dedicada la fundación. Bajo el comisariado de Imma Prieto, la artista Chiharu Shiota (Osaka, Japón, 1972) presenta hasta el 23.6.24 una instalación site-specific, que funciona como reivindicación del vínculo con la tierra, el pasado, y sobre todo, la memoria. Una muestra que permite al espectador entrar en una reflexión y meditación individual a través de la relación constante entre el microcosmos y el macrocosmos, que hace de la obra de Shiota, una lectura del pasado desde la contemporaneidad.
La artista y Antoni Tàpies (Barcelona, 1923 – 2012) comparten su búsqueda y preocupaciones hacia la vida, haciéndose preguntas sobre la condición humana mediante su obra, así como, hacen uso de objetos habituales y cotidianos. Asimismo, los dos artistas comparten el trauma que les causó una enfermedad grave, apareciendo la muerte como un tema recurrente en su trayectoria artística.
Esta exposición nos adentra en el universo de Shiota, quien nos habla del sufrimiento y como este forma parte de estar vivo a través de plasmar la presencia en la ausencia, como la dicotomía de la vida y la muerte, la cual despliega los tres conceptos que estructuran la muestra: memoria, objeto y cuerpo.
Gracias a la colaboración de algunos ayudantes de la artista y estudiantes de la Universidad de Barcelona, se ha podido llevar a cabo esta exposición tan compleja, que incluye 43 sillas de mercados de pulgas y dos mil cogollos de lana. Para la artista, los objetos, como las sillas con una segunda vida, funcionan como recuerdos y representan existencias individuales, creando un espacio de reflexión a partir de la importancia que adquiere la memoria en nuestra vida, añadiendo también el cuerpo como elemento imprescindible para crear un recuerdo o lo que es traumático, su ausencia.
Cada quien, un universo se construye a través de tres colores: el blanco, que representa la muerte en la cultura japonesa, el negro, que define el universo, y el rojo, el color de la sangre. El gran protagonismo se lo lleva este último, el cual tiñe los hilos que ocupan gran parte de la exposición y simboliza el micro-universo formado por vasos sanguíneos que circulan por nuestros cuerpos, por lo tanto, en un sentido más literal, representan las conexiones mutuas que vinculan la humanidad, volviendo a reconectar con esa colectividad individual.
En la instalación Out of My Body [Fuera de mi cuerpo], constituida por piel de cuero vacuno, bronce y cuerda, encontramos unos pies amputados que conectan con una piel con forma de cuerpo. Detrás de esta obra, persiste la idea de que los pies están cortados, representando la enfermedad como algo que no forma parte de nosotros, y a la vez, nos lastima el cuerpo; ya que, la propia artista tuvo que pasar por un proceso similar cuando enfermó. Para ella, cada parte concreta expresa más emoción que el cuerpo entero podría transmitir.
También cabe destacar las obras Red Line XII y Red Line XIII [Línea Roja XII y XIII], en las que podemos observar una nube de manos rojas, que traviesa el lienzo en blanco de una forma agresiva y desesperada en el intento de «agarrarse algo de la vida», dando énfasis a la fragilidad humana y la dicotomía de vida y muerte.
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