Andrew Roberts, 'Wake', 2022, lápiz de color sobre papel de algodón, 65 x 95 cm, pieza única. Cortesía de la Galería House of Chappaz.
El artista mexicano Andrew Roberts (Tijuana, 1995) inauguró ayer, día 1 de diciembre en València Necromancer, su primera muestra individual, comisariada por Cristina Sandoval y con un texto de Victor G. García Castañeda. Se trata de una exhibición doble presentada tanto en el espacio valenciano, la cual cierra el 17 de febrero de 2023, como en el barcelonés de la galería, la cual abrió al público el pasado 2 de diciembre y cierra el 27 de enero de 2023.
La práctica del artista —ahora afincado en México—, se basa en la investigación del desarrollo histórico tanto de la industria bélica, como de la del entretenimiento, fijándose en particular en el papel de las imágenes que él mismo define como «armas operativas». Analizando dichos armamentos que han sido empleados en cada tipo de contexto —colonial, racial y extractivo— Roberts no se limita a observar las consecuencias políticas, sino que se adentra también en las ramificaciones estéticas y poéticas de la rutina capitalista. El resultado de esta reflexión son animaciones digitales e instalaciones inmersivas, creadas a partir de los lenguajes de los videojuegos y los géneros populares del cine, plasmando un código a medio camino entre la narrativa multimedia y la ficción especulativa.
En particular la presente muestra se basa en la idea del escritor de ciencia ficción Larry Niven, según el cual «el mana» representa un recurso no renovable y constantemente consumido para cada acto. Efectivamente, este concepto es la base de numerosos juegos de mesa como Magic: The Gathering, donde cada acción del jugador es costeada a través de un tipo de manía. En esta exposición en definitiva la brujería se enfrenta con su doble, o sea con la innovación digital dado que, como afirmó el escritor Arthur C. Clark «cualquier tecnología suficientemente avanzada, es indistinguible de la magia».
De aquí que podemos legítimamente etiquetar sus usuarios, nosotros, como hechiceros. Sin embargo, los cuentos de hadas nos enseñan que la magia nunca es gratuita, y tampoco lo es la tecnología, como nos demuestra la industria minera está socavando la tierra a pasos cada vez mas acelerados. Con todo hay, más allá de la minería, otro poder implacable: el de los magos que, bajo la promesa de la trascendencia y de la comunicación inmediata, han montado un mecanismo sistemático de explotación cognitiva. Esos «nigromantes de arriba» se alimentan de nuestro tiempo y creatividad, hasta dejarnos vacíos y convertirnos en criaturas posthumanas. Si la magia y la tecnología se traspalan en sus espacios de uso, sus poderes tienen, sin embargo, las mismas consecuencias: transformar la tierra en el mayor cadáver del mundo.
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