En la época que estamos atravesando, es imprescindible crear un horizonte cultural incluyente hacia todas aquellas prácticas artísticas que piensan en la ecología. Era el 1971 cuando Guy Debord se enfrentaba, con una lucidez visionaria, al problema de la contaminación y la destrucción del medioambiente. El ensayo fue publicado en el libro El Planeta Enfermo, obra que ya anticipaba cuestiones comunes a nuestra sociedad contemporánea, azotada por la pandemia y por el peso creciente de la crisis climática. Pero en ese momento aún podíamos elegir, confiando en nuestras propias fuerzas y desafiando aquella imagen de poder y progreso fomentada por la aceleración del capitalismo.
En este escenario, la FOR-SITE Foundation de San Francisco presenta la exposición Lands End, un proyecto que invita a los visitantes a sumergirse en un entorno cautivador en el que descubrir obras de arte en lugares inverosímiles y reflexionar sobre la salud del planeta. La comisaria Cheryl Haines reunió a un grupo de artistas de todo el mundo para crear intervenciones site-specific en el interior y exterior de un edificio con vistas a la bahía de la ciudad californiana. La exposición quiere recordarnos que todo está conectado a través de las corrientes globales de agua y aire, e invitar al espectador a participar de las nuevas ideas y perspectivas que surgen de las mareas crecientes de esto siglo tumultuoso.
La vulnerabilidad del mundo natural se hace ahora tan evidente que parece imposible no reconsiderar nuestra actitud hacia la explotación de recursos naturales, la expansión sin fin y el ciclo incesante del consumo. Nuestra capacidad para enfrentar las pruebas –a pesar de nuestra incredulidad, arrogancia y resistencia a las realidades del cambio climático–, es la única opción que tenemos para devolver al planeta las curas que se merece.
La exposición se desarrolla en un contexto muy alejado de la imagen perfecta de un cubo blanco: el display parece constituir una invitación a confiar en los latidos más ocultos de la tierra y de las mareas para investigar, hacer fluir y redescubrir nuestras prioridades en diálogo con la arquitectura del espacio, con las habitaciones, las cocinas, las escaleras, hasta bajar y encontrarse delante del mar.
La propuesta curatorial juega con nuestra imaginación transformando objetos desechos en obras de arte, como en el caso de la arquitecta y artista Gülnur Özdağlar. The Last Reef una escultura translúcida de un organismo acuático complejo, suspendida del techo para dar a los espectadores la sensación de estar bajo el agua. El artista ha realizado la estructura gracias a botellas recicladas de diferentes tamaños, combinadas a través de múltiples recortes y aplicaciones de calor, para evocar los apéndices y las estructuras corporales diáfanas de diversas formas de vida marina. El trabajo reúne a varios organismos que habitan los arrecifes de coral –desde medusas hasta microorganismos como plancton o algas–, los mismos amenazados por esas botellas desechadas. El enemigo mayor de estas criaturas, la botella se convierte aquí en una medusa flotante que nos transporta hacia el fondo del mar.
Las imágenes de Shumon Ahmed (Dhaka, 1977) alimentan una poética melancólica, haciéndonos descubrir lugares ocultos. En estas obras, el artista representa barcos mercantes y petroleros oxidados frente a la costa de Chittagong, Bangladesh, sitio donde se encuentra una de las industrias de desguace de barcos más grandes del mundo. En algunas fotos, la abrumadora escala de los barcos sugiere monumentales cadáveres de monstruos marinos; en otras, los barcos parecen restos fantasmales de una era pasada. Los riesgos ambientales provocados por la industria se manifiestan en todas partes, habiendo destruido humedales de importancia ecológica y dañado la fauna y las poblaciones locales con sus subproductos tóxicos. Además, las piezas destacan las formas en que el capital y el comercio global han tenido un impacto desproporcionado en las naciones y la ecología del hemisferio sur – como la magistral investigación de Allan Sekula (Erie, Pennsylvania, 1977).
Entre las piezas mejor logradas, se encuentra la videoinstalación Migration (Empire) de Doug Aitken (Redondo Beach, California, 1968). El artista explora a menudo los encuentros, las conexiones y fricciones que implosionan entre los individuos y el mundo urbano, industrial y natural. Esta obra de 2008 explora la compleja relación entre la naturaleza estadounidense y el entorno industrial en expansión. Las imágenes surrealistas de paisajes industriales, de animales salvajes migratorios norteamericanos asentados en cuartos de motel vacíos nos recuerdan qué falso estado hemos creado para seguir los falaces disfraces del progreso. La obra fue rodada en Estados Unidos, en un motel al lado de la carretera, una estructura que presenta poderosas alegorías de la fugacidad, la movilidad y la expansión hacia el oeste que desplazaron y redujeron drásticamente las poblaciones de animales en América del Norte. La migración de los animales nos pide que reconsideremos nuestra violación del mundo natural.
Mirando estas imágenes, me pregunto cómo reaccionarían los humanos si fueran abandonados en el hielo de Alaska o en los desiertos de Nuevo México, en tierras extremas o condiciones climáticas adversas. ¿Seríamos de plástico como el búho o el guepardo dentro de la habitación del motel?
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