exibart.es destaca: Sophie Teh, contra viento y marea
Exposiciones
Sophie Teh (Ipoh, Malasia, 1975) es un desafío en todos los sentidos. La artista lleva toda su vida pintando y dibujando, pero es en este momento de su carrera que ha podido realizar por primera vez una exposición de su obra vigorizante y sublime. Nos reunimos en la ocasión de su nueva exposición individual en MUTUO Galería en Barcelona. Have You Eaten Yet? es una aventura gustosa, voluminosa, satírica y, de algún modo, sorprendentemente oscura. Se compone de 11 obras acabadas entre 2021 y las últimas semanas, lo cual demuestra un estallido intenso y explosivo de producción reciente. Además, son casi todas obras de gran formato incluyendo varios cuadros de más de un metro de anchura o altura y tres instalaciones que intimidan con su escala y contenido.
Teh está contenta con el resultado. Se pueden detectar sus altas expectativas cultivadas por su vida personal y su formación rigurosa en Negocios en la London Business School, donde obtuvo su Maestría en Administración de Empresas en 2013. No describe su relación con la producción artística como casual, restringida, dispersa o fracturada. Pese a que se puede percibir como un inicio tardío, no fue así según la artista. De pequeña, en la capital de la región Perak, solía dibujar en los fondos de los cajones de los muebles de casa. Como si fuesen grabados, le atraía la sensación táctil, la interacción con la materia prima; y se podría pensar que también le seducía el elemento sorpresa levemente desobediente y, a su vez, aparentemente inocuo.
Insiste en que no fue por presión por parte de ella misma, de su familia ni de la sociedad malaya que decidiese estudiar arquitectura y luego negocios en lugar de arte. Es cierto que había asistido a clases de pintura entre los 8 y 15 años. Quizá no veía necesario avanzar en sus estudios artísticos para sentirse realizada o ratificada como artista. Es verdad que ha habido una brecha considerable entre las intervenciones traviesas de su infancia y su reciente florecimiento, pero de nuevo, Teh no se arrepiente de nada.
Como un proceso de fermentación delicada, frágil y muy lento, tenía que salir ahora en 2022 sin forzar. De hecho, ha engendrado una metodología meditativa y pensativa a la hora de crear. Se intuye la agudeza con la que ha realizado su producción reciente, su falta de reticencia. Ella nunca tartamudea, ni en su discurso ni en su arte: explica exactamente lo que siente, lo que las cosas son y qué significan para ella. Esta sobriedad es fruto de esa fermentación y madurez acumuladas en esos años.
El detonante ocurre en 2017, cuando la artista se muda a Barcelona y decide que es el momento idóneo para reanudar su práctica. Dicho esto, no fue hasta 2020 que realmente afiló su discurso y formalidad. Algunos cursos le dotaron de técnicas nuevas pero verdaderamente fueron las conversaciones que ella mantuvo con otros artistas que le imbuyeron de nuevas vías creativas. Éstas, juntas a diálogos consigo misma durante la cuarentena provocada por el COVID-19, también alimentaron su crecimiento. Ella resalta que en 2021 la sociedad en general era más receptiva tras la cuarentena. Había más gente dispuesta a hablar y compartir. Después de tan solo unos meses, había conseguido ya una muestra en Londres (Objects of Desire en Smallest Gallery in Soho) y otra aquí en Barcelona. Tal y como se suele insistir en el mundo de los negocios, el networking siempre prevalece.
Los retos que podrían haberle supuesto graves impedimentos fueron superados con sofisticación y visión. Las temáticas en las que indaga son pertinentes y se dirigen adecuadamente a un público muy local: el Occidente en su totalidad. Ella cuestiona el rol de las mujeres en la sociedad europea, los estereotipos asociados con ellas, y la reducción y dilución de las incontables variantes culturales e idiomáticas que existen en Asia. Como inciso, Teh viene de una comunidad minoría de chinos que habita el norte de Malasia peninsular. Conservan su cultura y su lengua mientras (algunos) se identifican como malayos. Es un país islámico con más de cuatro religiones minoritarias, es hogar de unas siete lenguas y de cuatro grupos étnicos. Fue sujeto a una colonización portuguesa y luego a una británica durante más de 500 años. Explicar esto en contextos occidentales es laborioso pero esencial. Teh prefiere encauzarlo mediante su arte, y de manera no literal.
Su relato no es uno historicista ni didáctico. Nada más lejos de la realidad. No aborda su relación con el occidente como lo haría Daniela Ortiz o The Otolith Group desde gestos confrontacionales combinados con investigaciones ambiciosas. Opta por la ruta más emotiva y autobiográfica. Su experiencia como mujer china, de un país ex colonia de Inglaterra, que residió en la capital del mismo país colonizador durante doce años puede brindar perspectivas urgentes. Dicho esto, Teh decide no ilustrarlas con un tono agresivo ni acusador. Ella es más sutil. Sin embargo, sus piezas no lo son desde un punto de vista formal. Son bramadoras, con una paleta cromática exaltada, ricas en contenido críptico. Lo que vería un espectador casual sería un conjunto de cosas panasiáticas. Si fuese occidental la autora, se la podría acusar de etnofetichismo kitsch. Los cuadros guardan secretos.
El papel de la mujer tanto en la cultura china como la nuestra se asocia mucho a la capacidad de proveer comida a la familia y a la sociedad. Teh reclama el hecho de que las personas que ves detrás de las vitrinas en Chinatown en Londres sean mayoritariamente mujeres. Hay una visualidad asociativa entre bienes y proveedora muy estereotipada. Mediante el humor, la artista exagera las cantidades de comida, engrandece el tamaño de las salchichas, el arroz y los huevos (todas comidas relacionadas con su juventud). Todo está repleto y es excesivo hasta el punto de explotar. Es un caos. Como si fuese el resultado de un acto rebelde ante la presión social de cumplir con las expectativas de género. No obstante, no cabe duda de que se percibirá como un acto más bien celebratorio que contencioso. De nuevo, los cuadros guardan secretos.
Con la finura contenciosa parecida a la de Cindy Sherman, Teh articula su frustración. El título se traduciría como ‘¿ya has comido?’ y tiene una connotación insistente, casi obsesiva. El tono servicial y neutro de la pregunta se contorsiona. Después de la sexualización de la mujer asiática en nuestra sociedad, su reducción a un rol complaciente, desaferrado, sumiso y doméstico, algo tiene que cambiar. Vemos bodegones desafiantes cuyo contenido se desborda. Vemos una falta de orden, de simetría y exactitud. Los elementos rezuman uno por encima del otro, generando un gran banquete inconsumible que quita el utilitarismo de la comida. Su formación en la arquitectura —un campo dedicado a la racionalidad, el orden y el pragmatismo— se ve desobedecida. Es como si ella canalizase su propia infancia, jugando con su comida; otro acto rebelde que no se debería hacer como mujer.
Teh no explica estos discursos con un fervor vehemente. Sus cuadros tampoco se expresan de esta manera; al menos a primera vista. El crescendo que ella orquesta es más atenuado y, de nuevo, sutil. Genera un eco con la propia estructura de su carrera profesional, cuyo crescendo aún tiene que llegar. De hecho, su vuelta a la pintura fue, en parte, gracias a un encuentro en el funeral de su abuelo. Conoció a un hombre que había empezado su carrera como pintor después de jubilarse. Encontró la fama a los 70 años. Nunca es tarde para iniciar una nueva vía de expresión; o retomar una. A pesar de los posibles obstáculos de edad, sociales, políticos, geográficos o generacionales, Sophie Teh es un testamento al ardor creativo que nunca se desvanece, a la flama incorregible y no discriminatoria necesaria para expresarse.
Se puede ver la muestra monográfica hasta el 12 de marzo de 2022.
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