La práctica del compositor y artista visual Ryoji Ikeda (8 de julio de 1966, Gifu, Japón) se acerca al minimalismo monumental, a menudo entrelazando minuciosas composiciones acústicas con imágenes que toman la forma de vastos campos de información digitalizada. Esta combinación da vida al lenguaje expansivo del artista, que se basa en una forma algorítmica de trabajar donde las matemáticas se utilizan como medio para capturar el mundo natural.
La obra de Ikeda se articula alrededor de un sonido puro, de sus frecuencias y características esenciales, para generar composiciones e instalaciones visuales que insisten sobre la exploración de la percepción humana en relación a tiempo y espacio. Para ambas, el artista explota todas las posibilidades de la tecnología digital, habiendo desarrollado unos «métodos microscópicos» para la ingeniería de sonido que hacen que su firma siempre sea reconocible.
De esta manera, Ikeda llega a navegar con soltura las salas de Art Basel Unlimited y los escenarios de festivales de música como el Sónar este año, rompiendo las barreras puristas que a menudo excluyen determinadas propuestas artísticas de un contexto u de otro. Y es exactamente en esto que pienso mientras disfruto de ese trance meditativo, que el artista consiguió orquestar magistralmente para presentar su nuevo álbum ultratonics en el festival barcelonino.
Hacía diez años que Ikeda no volvía a Barcelona y lo hizo con una propuesta nitida, quirúrgica, precisa y quizás algo austera, desplegando formas de datos en blanco y negro que se movían continuamente en una pantalla gigante instalada en el SonarHall. La sensación de haber reconocido una forma, una palabra, un pattern posible al que poderse aferrar, de seguida estaba contradicha por la manifestación de uno o múltiples glitch, un error o comportamiento aparentemente inesperado de las imágenes que ya se habían transformado en otra cosa.
La última vez que vi un trabajo de Ryoji Ikeda fue justamente en Basilea, en la sección Unlimited de la feria internacional, dedicada a acoger instalaciones que transcienden el formato habitual de un booth de una galería. Se trataba de la tercera y última variación de la trilogía data-verse, encargada por Audemars Piguet Contemporary. En la trilogía, conjuntos masivos de datos científicos traducen las diversas dimensiones de nuestro mundo a través de manifestaciones hipnóticas. El público se encuentra inmerso en tres etapas de un viaje cósmico: desde lo microscópico hasta lo humano y macroscópico. data-verse 1 se estrenó en la Bienal de Venecia en 2019, mientras que data-verse 2 se exhibió en el Kunstmuseum Wolfsburg entre 2019 y 2020.
Pero la de Ryoji Ikeda no fue la única presentación que deslumbró en los escenarios de esta edición exitosa del Sónar que –como recuerda su nombre– quiere explorar las fronteras entre música, creatividad y tecnología. También merecen una mención el directo en formato 3D/AV de Max Cooper (Belfast, 1980) y el show en formato inmersivo de Eric Prydz (Taby, Suecia, 1976), uno de los interpretes más destacado del house progresivo.
El festival, que cerró sus puertas el pasado sábado 17 de junio, reunió a más de 120.000 asistentes, 51.000 en Sónar de Día y 69.000 en Sónar de Noche. Un 68% del público fue nacional, mientras que el 32% restante llegó desde más de 100 países.
Las celebraciones del 30º aniversario de Sónar seguirán en septiembre, cuando el festival firme la banda sonora del emblemático Piromusical de La Mercè. Ya en 2024, Sónar se celebrará en Barcelona los días 13, 14 y 15 de junio, justo después de la 3ª edición de Sónar Lisboa (22, 23 y 24 de marzo) y la 8ª de Sónar Istanbul (26 y 27 de abril).
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