Uno de los emblemas más polémicos y a su vez celebrados de la ciudad de Barcelona, la Torre Glòries (alternativamente llamada la Torre Agbar), por fin ha ideado un proyecto públicamente accesible para acabar de abrirse o «democratizarse,» en palabras de Javier Zarrabeitia, director de MERLIN Properties. Inmobiliaria que, en 2017, adquirió la Torre diseñada por Jean Nouvel y Fermín Vázquez. Ese mismo año, la inmobiliaria española inició una conversación con Mediapro Exhibitions (MEDIAPRO Group) —empresa dedicada al diseño, gestión y desarrollo de exposiciones para museos y festivales— sobre la posibilidad de abrir al público la última planta de la Torre —la 31— y activar dicho espacio mediante el intercambio, la observación, el juego y la participación.
A partir del 20 de mayo de 2022, el observatorio abrirá sus puertas al público con una instalación de Tomás Saraceno (Tucumán, Argentina, 1973), encargada por las mismas empresas implicadas. Cloud Cities Barcelona es un organismo flotante que consiste en 113 «espacios nube» que imitan gotas de agua y ofrecen una perspectiva 360° de la ciudad de Barcelona. El público puede «gatear» por las diferentes vainas suspendidas en el aire que disponen de cojines y libros para consultar. El recorrido inusual presenta vistas asombrosas de la ciudad puesto que llega, en total, a unos 130 metros de altura en el cielo.
En la rueda de prensa, que tuvo lugar ayer —día 17 de mayo de 2022—, el artista de la instalación estrambóticamente dio a conocer una de sus obras más audaces en su repertorio prestigioso. En la última década, su obra participativa e interactiva, que combina elementos del juego y una preocupación por el medio ambiente y el Capitaloceno, se ha visto expuesta en The Shed y el Metropolitan Museum of Art (ambos en Nueva York), Palais de Tokyo (París), el Hamburger Bahnhof – Museum für Gegenwart, (Berlín) así como en la 17a edición de la Bienal de Arquitectura de Venecia. Asimismo, el autor argentino afincado entre Berlín e Italia sacudió las normas de una rueda de prensa convencional y le dejó ambivalente al público, que esperaba una jornada más convencional y lineal.
A lo largo de la presentación se notó una cierta frustración por parte del autor ya que mencionó que, el día anterior, una figura de la prensa catalana le había confrontado con preguntas incisivas sobre el sentido de su instalación y las intenciones sospechosas de la Torre Glòries como símbolo de la Barcelona abofeteada por el turismo —la organización propone un proyecto aparentemente público a pesar de no tener entrada gratuita y no estar habilitado para personas con diversidad funcional.
Otra pregunta acertada que surgió durante la dinámica propuesta por Saraceno fue «¿quién puede entrar?»; lo cual también conecta con las preocupaciones de accesibilidad igualitaria para la diversidad de cuerpos y clases socioeconómicas que cohabitan en nuestra ciudad. La respuesta de Saraceno fue un tanto construida, lanzando nociones sueltas e inacabadas sobre el ocio, el ludismo, la gentrificación y la igualdad, mezclando su español rioplatense nativo con términos ingleses como playful, child-friendly y challenge.
El artista no dejó claro cómo quiso resolver este conflicto del cual él también forma parte —y con el cual parece estar de acuerdo. Dicho esto, se observó su posicionamiento dado que reveló que no fue fácil mediar entre intereses personales, públicos y privados, lo cual llevó a problemas leves entre él y las empresas privadas implicadas. Después de varias revelaciones aturdidas que podrían haber incomodado a los promotores empresariales del proyecto, Saraceno y Zarrabeitia acabaron amablemente con un abrazo tierno, con el artista argentino afirmando graciosamente «¡para esto estamos los artistas: para molestar!».
Estas observaciones señalan que Saraceno, así como otros artistas, se encuentran en un debate crucial y abrasador sobre la mediación y el conflicto de intereses entre la cultura, la política, la economía y la sociedad. En esta época que se define por una óptica omniscientemente crítica y escéptica, es difícil ser coherente y saber qué decir y qué no decir. Saraceno representa paradigmáticamente el conflicto del artista atrapado entre intereses capitalistas mixtos y el simple acto de crear, así como la obligación a ser políticamente correcto, el hecho de sentirse dividido entre el antropoceno, la representación diversa, el compromiso con grandes empresas y la coherencia artística y discursiva. Las expectativas apabullantes para resolver y llegar a la concordancia que se infligen en los autores que generan obras públicas deben ser capaces de derribar un rascacielos como la misma Torre Glòries. Por eso, se puede empatizar con la problemática inmensa a la cual se enfrenta Saraceno y cómo esta puede provocar sentimientos de impotencia y el uso de apelaciones y aserciones hechas de cartón piedra.
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