Un lunes cualquiera. Me llega una invitación inesperada por email. Como jefa redactora de la presente revista, fui invitada a la Bienal de Artes Islámicas, acogida en su 2a edición por la feria Ithra en Dhahran, Arabia Saudí. En lugar de celebrar este hecho francamente emocionante, en lugar de pensar en la oportunidad de acercarme al Mundo Islámico por primera vez, de adentrarme en la cultura visual y conocer nuevo códigos estéticos, y de hacer networking con personas diversas de todas partes del mundo, pensé en mi seguridad como persona no-binaria.
Primero pensé, «no seas reduccionista, es racista pensar que visitar una nación musulmana significa miedo, opresión, violencia, discriminación, etc.» Intento razonar conmigo misma. A nivel profesional, un viaje a una bienal muy bien concebida, financiada, comisariada y sostenida como la del Arte Islámico luce mucho para un ser humano, comisaria y crítica de arte como yo. Pero, desgraciadamente, no tengo el privilegio de existir tranquilamente en muchas culturas sin mentir, sin modificar mi visualidad, sin censurarme, sin callarme.
Decido consultar un artículo que recopila un ranking con respecto al tema. Y luego una entrada en la Wikipedia: «En Arabia Saudí, las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero (LGBT) se enfrentan a una dura represión y a problemas legales que no sufren los residentes no LGBT. Los derechos de las personas LGBT no están reconocidos por el gobierno de Arabia Saudí. El código penal de Arabia Saudí se deriva de la Sharia islámica, del Corán del siglo VII y de las enseñanzas proféticas de Lut y Mahoma que se han conservado meticulosamente en la Sunnah.»
Continúa: «La homosexualidad y la transexualidad se consideran actividades inmorales e indecentes, y la ley castiga los actos de homosexualidad con la pena capital, hasta cadena perpetua, multas, deportación y flagelación; se ha utilizado la ‘castración química.’ Se han aplicado palizas y torturas durante la investigación y las detenciones. Se produce violencia comunitaria contra las personas LGBT.»
Hay que decirlo: no es de extrañar. Son hechos que ya sabía. Son perspectivas y en algunos casos códigos penales que comparten más de 70 países de este planeta. En el caso de algunos países Africanos, leyes parecidas son calcos residuales del colonialismo Occidental. En el caso de la mayoría del Medio Oriente, son leyes derivadas de interpretaciones del Islam, una religión que, en su momento, no tenía una actitud liberal en cuanto a existencias queer, pero que tampoco obligaba a nadie a ejercer violencias contra ellas. En el siglo XIX, debido a la expansión mundial de movimientos fundamentalistas islámicos como el salafismo y el wahabismo, se ha visto un auge de queerfobia. Antes, sin embargo, había más aceptación sobre todo en ámbitos culturales y artísticos así como célebres ejemplos en la literatura y poesía.
Entonces, habiendo recopilado más datos, empiezo a abrir la conversación y consultar con otras personas. Hablando con una amiga, me comenta «a veces los gobiernos no representan para nada al pueblo.» Tiene razón. Lo que he citado de la Wikipedia se deriva de las constituciones gubernamentales de un país teocrático. No son manifiestos de pueblo. Puede que la gente tenga una mente mucho más abierta pese a lo que dicta el gobierno.
Una alumna mía enfatiza lo queer que es el Golfo Pérsico. Vivía 8 años en Catar y observaba cómo la cultura clandestina gay florecía gracias a las leyes restrictivas; fenómeno que hemos visto a menudo a lo largo de la historia: la prohibición engendra la desobediencia. Pero la palabra clave aquí es ‘clandestino.’ Es decir, de día te comportas como ‘una persona normal’ sin llamar la atención. Y de noche, detrás de puertas cerradas, en discotecas ocultas, en callejones oscuros, nos podemos expresar libremente. Esto es lo que más me molesta.
Además, su ejemplo se refería a la comunidad cis-gay. Como persona no-binaria –que lleva ropa ‘de chica’ y maquillaje, pero que la sociedad lee como ‘chico’–, mi visualidad llama mucho la atención…en todas las sociedades del mundo. No hay ninguna sociedad, ni la de San Francisco, ni Nueva York, ni Londres, en la cual estoy redondamente aceptada y segura. Reconozco ante todo que las personas no-binarias no tenemos ningún monopolio de este fenómeno. Las mujeres y parejas queer que viajan a ciertos países y personas racializadas que viajan a países Occidentales también comparten este miedo por razones parecidas: el miedo que tenemos a configuraciones novedosas, a cuerpos ‘nuevos.’
Por lo tanto, no estoy intentando aislar mis inquietudes y miedos de los de les demás, o intentar fomentar una división de intereses o súplicas. Me interesa más la universalización de problemáticas que sufre la sociedad en general, entendiendo la violencia y el odio como ramas del mismo árbol tóxico: el hetero-patriarcado.
Entonces, volviendo a la cuestión que tengo entre manos, surge la pregunta: ¿por qué ponernos en una situación en la que nos tenemos que censurar, temer cruzar la frontera, estudiar los códigos penales, abrir el debate con amigas, rumiar día tras día, redactar artículos apologéticos como este? Lo único que quiero es ir a una bienal de arte, aprender sobre nuevas tendencias culturales, celebrar la pluralidad de voces presentes en la Bienal, tener conversaciones y diálogos iluminadores y pensar en lo emocionante que sería la experiencia.
Al expresar mis dudas a las personas encargadas de promocionar la Bienal, me aseguran que comparten 100% estas preocupaciones y que las políticas anti-queer no les representan en absoluto a las entidades y figuras detrás del evento. Les creo. Pero hay muchos factores imprevisibles. Primero, tengo ciudadanía estadounidense y no europea y por lo tanto cruzando la frontera pueden haber conflictos (que conste: iría como periodista estadounidense no-binaria sola, sin acompañamiento). Segundo, en cuanto a cómo llegar al hotel, y del hotel a la feria Ithra, y al hotel de nuevo, y al restaurante, y al bar, ¿cómo serán estos viajes que deberían ser insignificantes? Tercero, ¿estaría sola en algún momento?
Más allá aún: ¿Es esta la manera de viajar y conocer otros países –esperando estar en una burbuja durante toda la totalidad de la visita? ¿Eso es venir en contacto con una cultura? ¿Eso es ir a una bienal en el Medio Oriente? ¿Ni siquiera pisando la tierra del país? ¿Yendo del hotel a la feria y de la feria al hotel? ¿Intentando pasar desapercibida?
El tema principal de este artículo es altamente sociopolítico. Para llevarlo de nuevo al sector artístico, ¿cuál es el protocolo para personas LGBTQ+, mujeres y cuerpos racializados que quieren ir a ferias, bienales, festivales, etc. en países con políticas hostiles y opresivas? ¿Cómo medimos y mediamos el riesgo de si valdrá la pena o no? ¿Cómo no caer en el reduccionismo cultural, el racismo y la xenofobia y a la vez poner en valor nuestras preocupaciones por la seguridad? No lo tengo claro…
Las entidades que se encargan de invitar a personas, organizar el evento y la logística, sabiendo que puede haber preguntas al respecto, pueden armar manuales con medidas de protección y seguridad de antemano que envían junto con las invitaciones, por ejemplo. Pero, al hacer eso, ¿alguien se les podría acusar de insensibilidad cultural? ¿De presunción elitista, al suponer que habrá conflictos por asistir una persona trans a un festival acogido por Oman?
Y luego, ¿las personas queer debemos participar en o asistir a eventos culturales en países con gobiernos opresores? La respuesta fácil es claramente que sí, porque si el pensamiento liberal se queda solo en el Occidente —como si fuese un invento nuestro— sería incurrir más daño y exclusión a las personas queer y feministas que habitan dichos países con políticas opresoras. Es decir, una feria de arte que cuenta con voces queer, un festival dedicado al cine feminista, o una exposición itinerante sobre el decolonialismo les daría la oportunidad de entrar en el debate mediante dichos eventos culturales e intercambios.
Exponer voces interseccionales, queer y transfeministas mediante ferias de arte, festivales de cine y bienales acogidas por países con gobiernos hostiles o invitar a periodistas no-binaries como yo, podría ayudar a cambiar opiniones, abrir nuevos diálogos y quizá acabar modificando la percepción de algún porcentaje considerable de personas de poder que asisten a dichos eventos. Pero dicho esto, tengo inquietudes.
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